Cuando un joven humorista llamado -sin explicación alguna- “Chavo Escrotito” comenzó a subir algunas de sus graciosísimas viñetas en Instagram, mi primera reacción fue “¡Qué muchacho tan talentoso! Con esfuerzo y tesón tendrá un futuro venturoso”. No pasó mucho tiempo para que empezara a sentir cierta alarma por la frecuencia, cantidad y contundencia del material chavoescrotitonino que comenzó a inundar el algoritmo. “Caramba”, pensé para mí, “Es envidiable la energía y entusiasmo de la juventud, pero ya se le va a pasar”.
Grave error: El amigo Chavo Escrotito lleva en estos pocos años publicada una cantidad de chistes que envidiarían humoristas gráficos de otras épocas y otras latitudes, de a dos, de a tres o de cuatro creaciones por día. En las redes ya se cuentan más chistes del citado caricaturista que fotos de brunchs palermitanos. Si no lo conociera personalmente, creería que es una máquina sin vida propia ni necesidad de alimentarse o bañarse, obsesionada con inundar las redes y el planeta de viñetas, ironías, retruécanos, chistes verdes y comentarios jocosos sobre la cinefilia, con la única misión correcta que debe tener un humorista: Hacer reír, cueste lo que cueste, sea con la delicada pluma de la sutileza, la cáscara de banana del juego de palabras o con el mazazo al cráneo de la obscenidad.
Sr. Chavo Escrotito: Estamos heridos por el embodriamiento y sus mazazos son un bálsamo. ¡Gracias!